miércoles, 21 de octubre de 2009

Capítulo 4. Entrenamiento con los orcos.

Roran despertó con la salida del sol, algo cansado por la batalla que tubo lugar la noche anterior. Se levantó sin apetito, y las piernas le empezaron a flojear. Se sentó en la cama para restablecer el equilibro, y se levantó de nuevo, con las piernas en buen estado. Bajó las escaleras en busca de su espada, ya que iba a practicar junto a Oromis. Cuando se disponía a cogerla del perchero, se percató de que no estaba. La busco por todas partes, desde la cocina, hasta su habitación, pero ni rastro de la espada.
-Da igual, no la solemos utilizar para practicar... -se dijo para si mismo.

Entonces, salió en busca de Oromis al llano de prácticas. El elfo, por lo visto, aún no había llegado, así que Roran decidió esperar.

Pasada una hora, Oromis llegó. Tenía su espada al cinto, y la de Roran entre sus huesudas manos. La depositó cuidadosamente sobre las manos de Roran, -el cual se alegraba de haber localizado su espada- y éste la sujetó al cinto.
-Siento haber tardado tanto, pero la estaba afilando y reforzando; el entrenamiento de hoy va a ser muy duro.- dijo Oromis- ¿Te parece bien que empecemos ya?.
-Como usted diga, maestro.- inquirió Roran.

Entonces, se colocaron uno enfrente del otro, a diez pasos de distancia. Ambos desenfundaron a la vez. Oromis lo hizo con la gracia y habilidad típica de un elfo, mientras que Roran, desenfundó bruscamente, aunque no con demasiada torpeza. Se colocaron en posición de lucha, y seguidamente, Oromis lanzó una fugaz estocada hacia Roran. Éste la noqueó sin ningún tipo de dificultad, y en respuesta, lanzó un tajo horizontal. Oromis esquivó el tajo de un salto, e hizo mano de su posición para lanzar un corte vertical en el aire. Esta vez, Roran tubo dificultades para bloquearlo, pero a fin de cuentas, lo bloqueó exitosa mente.
-Me ha gustado como te has defendido, ahora me emplearé más a fondo. -dijo Oromis.

Roran permaneció en silencio, centrado en la batalla, y se dispuso a atacar. Lanzó una estocada hacia Oromis; éste la evitó, y le asestó a Roran un golpe con la empuñadura de su espada en el hombro derecho. El brazo le falló, y la espada cayó al suelo. Roran la recogió; y cuando se hubo puesto en posición, Oromis atacó nuevamente. Roran volvió a bloquear, responder, bloquear, responder...cuando, de pronto, en una confusión, Roran asestó mal una estocada, y sintió como se clavaba en algo, y como "ese algo" caía inerte al suelo. Por un momento, Roran temió de que fuese Oromis, pero se tranquilizó al ver que seguía en pie mirándole fijamente a los ojos.

Oromis se hizo a un lado y se giró para ver que ocurría. Ambos lo pudieron ver; el cuerpo inerte de un orco yacía desangrado en el suelo, con un agujero en el corazón, en el mismo sitio donde accidentalmente, Roran hubo clavado su espada con aproximada anterioridad. Oromis señalo por encima del hombro de Roran.
-Mira...- dijo Oromis.

Roran se giró, y vio una horda de orcos justo detrás suya; una horda de feroces y temibles orcos, que les miraban con esas fieras miradas asesinas...
-Atento, Roran, a mi señal, di “piro”, ¿entendido?

Roran asintió, y se dispuso detrás de Oromis. Éste pronunció hechizos uno tras otro, sin parar a tomar aire; hechizos que Roran no llegaba a entender. La mirada de Roran iba del rostro de Oromis, hasta la horda inmóvil de orcos. Pasados unos cinco minutos, Oromis guardó silencio. Entonces, los orcos prepararon posiciones de combate.
-Atento...-susurró Oromis.

Cuando se hubieron preparado, todos los orcos empezaron a correr hacia el maestro y el alumno. Mientras corrían, Oromis le hizo la señal a Roran.
-¡Piro!- gritó Roran.

Entonces, el ambiente se empezó a caldear. Los orcos parecían haberse percatado de ello, puesto que aminoraron la marcha a causa del calor.

Seguidamente, todo lo localizado cerca de Oromis y Roran, estalló en llamas. Era un fuego de color negro, que hizo prender todos los árboles, hierva, objetos...e incluso enemigos. Los orcos prendieron como si les hubiesen echado aceite previamente. De aquel incendio donde se encontraban los orcos provenían gritos de agonía, llantos, e incluso maldiciones. Roran sabía, que eso no iba a ser suficiente para acabar con todos ellos, pero si para aminorar sus fuerzas y su número. De ser unos trescientos robustos ogros, a ser apenas cincuenta casi calcinados, Roran se lanzó al ataque mientras Oromis descansaba.

Iba cortando brazos, cabezas, y piernas. Todos los cuerpos emanaban roja sangre...sangre por todas partes...sangre...

Cuando al fin creía haber acabado con todos, un orco se le aproximó por detrás y le intentó cortar un brazo. El hacha que empuñaba el orco resbaló ante la barrera que Oromis había puesto sobre Roran para protegerlo del fuego, aún candente sobre algunos cuerpos. El hacha se clavó en la tierra, y mientras la intentaba sacar, Roran le asestó un tajo vertical que atravesó el yelmo del orco, cuya vida sucumbió ante la espada de Roran.

Con el último ogro abatido, sólo quedaba esperar a que los buitres y otras aves carroñeras devoraran los inertes cuerpos de aquellos horribles seres.

Roran se dirigió hacia el lugar donde se encontraba Oromis, apoyado sobre un dorsal de la casa.
-Hemos montado un buen estropicio, ¿eh?- dijo Roran, contento por su victoria.
-Sí.- respondió Oromis. -Por eso levanté barreras sobre el granero, la casa y sobre nosotros.

Ambos guardaron silencio contemplando, lo que ellos habían convertido en un inhóspito lugar, cuando Roran cayó en algo.
-¡Zafiro!- exclamó

Salió corriendo hacia el granero, abrió la puerta, y allí estaba. Tenía los morros y las zarpas delanteras llenas de sangre, y a su alrededor, yacían los restos de cinco orcos. Aún estaba terminando con el último de ellos cuando sus profundos ojos verdes se clavaron fijamente en los de Roran. Devoró con un último bocado lo que quedaba del cuerpo sin vida de aquel desdichado orco. Avanzó sigilosamente hacia Roran, el cual permanecía paralizado por el miedo, como enredado entre alambres. Acercó su ensangrentado rostro al de Roran, y a éste, los alambres se le soltaron cuando Zafiro le chupó la cara para limpiarle la sangre salpicada de aquella batalla.
-Me alegra que estás bien- dijo entre risas mientras abrazaba su escamoso y rígido cuello.

Mientras lo abrazaba, se percató de que había crecido mucho. Ya no le llegaba al pecho, sino que superaba con creces su estatura, ¡En una sola noche!; es más, había sido capaz de abatir a cinco orcos él solo.

Se dirigió hacia donde se encontraba Oromis, dormido debido al cansancio. Él también estaba cansado, por lo que volvió al granero, y se acurrucó al lado de Zafiro; el cual lo tapó con una de sus cálidas alas.

lunes, 19 de octubre de 2009

Capítulo 3. Gemidos en la noche

La luna roja de sangre lucía brillante en el cielo, como un faro a media noche iluminando a los barcos dispuestos a atracar en el puerto; una luna perfecta para una nueva cacería.

El rumor de un nuevo jinete de dragón se extendió rápido por Atrona, incluso más allá de las llanuras Elíseas. Los esbirros del rey se aproximaban a gran velocidad hacia la granja de Roran sobre sus monturas, dispuestos a dejarlo todo en su lucha por conseguir al nuevo dragón, y la cabeza del nuevo jinete.

El rey, buscaba huevos de dragón para hacelos eclosionar y aumentar el poder de su ejército de desalmados rufianes; pero por alguna extraña razón, ninguno de los huevos robados lograron eclosionar, ya que su corazón era impuro, y su alma estaba corroída por las sombras; por lo que todos los dragones que poseía, habían sido arrebatados posteriormente a otros jinetes. Abandonó la búsqueda de huevos para someter a los jinetes al duro castigo de perder su dragón.

Estaban a punto de entrar en los límites de la granja, cuando de pronto, todos ardieron como antorchas. Oromis, se encontraba en el tejado de la casa manteniendo un muro protector; junto a Roran que hacía arder tanto a jinete como a montura. Los soldados del rey montaban dragones, cuyas almas habían sido corroídas por las sombras del imperio real
-Gumno piro!-Gritaba Roran sin cesar.
Como sus fuentes de poder eran casi infinitas, no se presentó como problema la falta de energía, pero si la falta de sueño. Era media noche, y necesitaba dormir. Zafiro-su dragón-, dormía plácidamente ajeno a toda aquella batalla, librada para protegerlo.

Oromis mantenía la barrera, y Roran continuaba atacando,; pero, cegado por la furia, lanzó mal un hechizo, el cual acabó alcanzando la pierna derecha del elfo. Oromis lanzó una maldición al aire, y acuchilló a Roran con la mirada.
-¡Lo siento maestro!- dijo Roran.
-Tranquilo, me olía venir ese fallo, y alcé barreras a mi alrededor; aunque no debería de haberme quemado lo más mínimo...-dijo casi susurrando.
Después de un tiempo, los cien jinetes cayeron por los hechizos de Roran, y los doscientos soldados rasos, cayeron gracias a los terremotos que provocaba el elfo; y claro está, que nadie logró sobrepasar su barrera.

Los cuerpos calcinados y desmembrados desprendían un fétido olor a carne podrida y chamuscada.
-¡Abrom du ert!- exclamó Oromis.

Seguidamente, todos los cuerpos inertes fueron introducidos bajo tierra, mientras sus atormentadas almas se alzaban al viento, para poder descansar en paz.

Mientras Oromis revisaba el terreno mediante un hechizo de observación, Roran se apresuró al granero, donde descansaba Zafiro.
-¡Uf!- exclamó Roran- Me alegra ver que estás a salvo- sonrió.

Se quedó examinando a Zafiro, y se percató de algo. El dragón, cuyo tamaño no superaba el de sus rodillas, ahora le llegaba al pecho, y las alas ya eran casi tan grandes como su estatura entera. Después de observarlo durante un tiempo más, cerró la puerta del granero, y se dirigió hacia Oromis.
-¿Y bien...?- preguntó algo exhausto por la batalla.

Oromis guardó silencio, durante un rato, cuando, esbozando una sonrisa, contestó:
-Hemos acabado con la gran mayoría, y los que han quedado con vida, han huido despavoridos.- Hizo una ligera pausa.-¿Ves Roran? De no ser por el hechizo de prevención que lancé, esta batalla, la podríamos haber dado por perdida; puesto que nos hubiesen pillado por sorpresa. Este es el tipo de peligros al que te enfrentas siendo un jinete...y debes aceptarlo, ¿de acuerdo?; bien, ahora descansa, mañana practicaremos con la espada.

Roran hizo caso a su maestro; se dirigió al granero para darle las buenas noches a Zafiro, y se dirigió hacia su cuarto. Cuando subía las escaleras, tropezó y se dio de bruces contra el suelo, lanzó una maldición, se levantó, y volvió a emprender el camino escaleras arriba. Cuando hubo entrado en su habitación, miró por la ventana.
-La luna ha recobrado su color natural..- Se dijo para si mismo sonriendo.

Deshizo la cama, se acomodó; y abatido por el cansancio, cayó dormido.

domingo, 18 de octubre de 2009

Capítulo 2. El regalo.

Roran despertó con la salida del sol. Bajó a la cocina para desayunar, y seguidamente después, salió al llano donde solía practicar con su maestro para tomar un poco de aire fresco. Para su sorpresa, Oromis se encontraba en el llano, justo enfrente de un enorme dragón plateado.
-Mm...de acuerdo- pudo oír decir a Oromis
Entonces, el dragón emprendió el vuelo hacia las nubes. Oromis suspiró y se dio la vuelta; entonces; se encontró a Roran justo detrás suya.
-¡Oh!¡Roran! No te esperaba aquí...hoy no toca entrenamiento, ayer fue luna llena, ¿recuerdas?
-Lo sé, pero tenía ganas de tomar el aire fresco. Maestro, ¿me permite una pregunta?
Oromis guardó silencio, por lo que Roran se tomó la libertad de preguntar.
-A que vino ese dragón...?-dijo Roran preocupado.
-Tranquilo, es un...viejo amigo, nada más, sólo venía a informarme de algo.
Roran estuvo a punto de preguntar que tipo de información, pero pensó que sería demasiado insolente por su parte, y se contuvo.
Después de un largo silencio, Oromis dijo.
-Roran, ven, acompañame, debo entregarte tu regalo.
Roran asintió con la cabeza, y le siguió. Se adentraron en el interior del bosque, cuando Roran preguntó.
-Maestro, donde vamos..?
Pero Oromis no respondió, y recorrió el camino en silencio. Entonces, llegaron a la falda de la montaña Bodr, la rodearon, y se toparon con una gran cueva taponada por una enorme piedra.
-¿Ahora qué?-preguntó Roran.
Oromis mantuvo el silencio, y susurró unas palabras en voz muy baja, por lo que Roran no pudo oír lo que decía. A continuación, la roca se hizo a un lado, sin hacer apenas ruido. Entonces, cuando la roca se hubo apartado, Oromis y Roran entraron en la cueva.
Todo aquello era hermoso. El techo de la cueva era muy alto y las paredes parecían de cristal. Había unos huecos enormes en las paredes que formaban un cuadrado imperfecto. Entre celda y celda, había unos cinco metros de separación, y en su interior había una especie de nido de ave con huevos enormes en su interior...entonces, empezó a oír un aleteo

... zum... zum... zum...

El sonido duró unos diez minutos aproximadamente, y de pronto, cesó. Una fila de bellos y enormes dragones atravesaron el umbral de la cueva, con paso firme y delicado.
Cuando todos hubieron entrado, alzaron el vuelo para posarse sobre los los nidos; pero Roran, se percató de algo. Había un nido con un solo huevo, y ningún dragón se había acercado a él. Roran, preguntó a Oromis.
-Maestro, ¿porqué ese huevo está solo?
-Verás, Roran.-respondió Oromis- Cuando el color del huevo del dragón no corresponde al de la madre, ésta abandona su nido, y a su vez, lo abandona a él. Por eso mismo te he traído aquí; ese es tu regalo, un huevo de dragón a punto de eclosionar.
-Maestro, ¿Enserio debería quedarme con el huevo? Es decir, si la madre lo reclama, ¿Qué pasará?
-Tranquilo, Roran.¿Recuerdas el dragón que viste antes? Ésa es la madre de este huevo, fue a informarme, de que el color era azul...y no plateado.
Se hizo un largo silencio mientras Roran asimilaba la respuesta, cuando al fin, Roran dijo.
-De acuerdo maestro, aceptaré el regalo encantado.
-Haces bien, pero realmente, no te iba a quedar mas remedio que aceptarlo...-dijo Oromis casi susurrando.
Oromis pronunció un hechizo, y el huevo desapareció; y a su vez, otro dragón ocupó su lugar.

Después de echar un último vistazo a la cueva, emprendieron el camino de vuelta hacia la granja. Durante el trayecto, Roran, inundó de preguntas a Oromis, el cual respondió a menos de la mitad.

Al llegar a la granja, se encontraron el huevo en medio del claro, y Roran, emocionado, se apresuró hacia él.

Oromis estuvo un tiempo examinando el huevo, para determinar cuanto tiempo necesitaría para eclosionar. Después de examinarlo durante un buen rato, Oromis dijo.
-Una semana- dijo casi dudando de ello.
Se dieron la vuelta para dirigirse hacia casa, cuando percibieron un ruido a sus espaldas. Al girarse, se percataron de la presencia de una grieta en la coraza del huevo. Oromis se apresuró rápidamente hacia el huevo.
-¡Está a punto de eclosionar!¡es imposible!- exclamó
A Roran se le pusieron los ojos como platos, y se acercó despacio y en silencio.

Una parte del cascarón se desprendió de lo que era, una perfecta forma geométrica. Un ala asomó por ese hueco; más tarde, una cola, y, final mente, el huevo se rompió entero, dejando sus escombros en torno a una bestia color azul, con todos los rasgos de un dragón en perfecto estado. Sus escamas brillaban cual zafiro, y tenían pinta de ser tan rígidas como para aguantar un tajo de la espada más afilada del mundo. No era más grande que un arbusto, y a Roran le llegaba por la cintura.

Roran quedó alucinado, y eufórico, pero a su vez, confundido. Tenía ganas de abalanzarse sobre él y abrazarle, pero, una mano sobre su hombro hizo que se contuviera.
-Felicidades- dijo Oromis esbozando una sonrisa.
Una lágrima de felicidad surcó el rostro de Roran.
-Gracias...en serio, muchas gracias, maestro.

Ambos quedaron mirándolo en silencio, sin sortar palabra, haste que, el elfo rompió el silencio.
-¿Has pensado cómo le llamarás a partir de ahora?
-Si.-respondió Roran, después, hizo una pausa -Zafiro...

sábado, 17 de octubre de 2009

Capítulo 1. El bosque.

La luna llena en su pleno esplendor marcaba la caída de la noche sobre Atrona, cuya luz iluminaba todo el reino. El bosque se sumía en un profundo mar de llamas las cuales estaban por alcanzar a Roran.
Roran tenía 15 años, era un aprendiz de mago. No era demasiado hábil con la magia, por lo que, gran parte de los conjuros que sabía, no eran de gran eficacia; sin embargo, poseía una fuente casi inagotable de poder.
En la carrera para salvar su vida , Roran, pronunció un hechizo para repeler aquellas infernales llamas. Pero, aun así, el fuego logró superar sus defensas, y se quemó gran parte de los hombros y las dos pantorrillas. Cuando aquella ráfaga cesó, se tomó un respiro para descansar detrás de un roble -el cual serviría de escudo en el posible caso de que volviese a reproducirse aquel espantoso infierno- , para curar sus zonas quemadas.
-¡Heisan Hel!- Gritó.
Entonces, los tejidos quemados comenzaron a sanar de nuevo. Cuando hubo terminado con las quemaduras, siguió corriendo, pero, de pronto, se paró en seco.
Una hermosa melodía tocada con una flauta dulce comenzó a sonar desde las profundidades del brumoso bosque, seguido de una canción:
Tu corazón se quiebra con el paso del tiempo,
El tiempo ya ha pasado para tu corazón,
Húndete en tu agonía,
Y disfruta de tu dolor,
Pues será lo último que sientas
Hasta el fin de tu miserable vida...
Entonces, un estrepitoso grito de agonía ensordeció a Roran, el cual aprovechó para salir corriendo hacia la granja.
Una vez allí, Roran, entró en casa junto a Oromis, su maestro. Los padres de Roran murieron cuando él era tan sólo un bebé. La única herencia que recibida, fue una espada que, en sus tiempos, perteneció a su padre. Era una espada de unos 150 centímetros; la hoja era de plata, y tenía unas runas grabadas en oro, que decían, “En tu sepulcro encontrarás la paz, pero en tu vida, encontrarás la felicidad”, un mensaje profundo, según pensaba Oromis.
En cuanto a Oromis, se trata del maestro de Roran. Le acogió y crió como a su propio hijo. Le instruía en el arte de la magia, la espada, y la literatura. El era un elfo, por lo que podría tener mas de 200 años, aunque nunca reveló su edad con exactitud.
Se sorprendió de ver a Roran de vuelta, puesto que no pensaba volver hasta media noche. Al ver el rostro ensangrentado y preocupado del muchacho, Oromis pudo adivinar, aunque no con mucha exactitud, lo que había sucedido allá en el bosque.

Acompañó a Roran hasta la cocina, donde le preparó una jarra de hidromiel y cortó un poco de queso que quedaba de la última visita a la aldea. Cuando Roran repuso energías, Oromis le pidió que se mantuviese quieto en la silla, mientras él examinaba las heridas. A simple vista no parecía nada grave; cortes superficiales, heridas infectadas...pero Oromis se percató de algo. El brazo izquierdo del muchacho tenía un corte profundo, lo suficiente como para amputarlo, pero no tanto como para perder la movilidad.
-Esto es preocupante...- Dijo Oromis- debo sanarlo rápido.

Pronunció una serie de hechizos, y el brazo quedó como nuevo, aunque, él, quedo exhausto.
-¿Se encuentra bien, maestro?- dijo Roran preocupado.
-No es nada...tan sólo me hago viejo, Roran, nada más...- hizo una pausa para tomar aire- tengo que dormir un poco, tu mientras échale un vistazo al pergamino que he dejado sobre la mesa de tu cuarto; contiene una serie de hechizos que debes memorizar. Son muy útiles, y creo que te gustarán.
Roran abandonó la cocina y se dirigió hacia su cuarto. Una vez hubo entrado, se dirigió hacia su escritorio donde estaba el pergamino que mencionó Oromis; se sentó en la silla, y lo desenrolló. El pergamino estaba viejo y mugriento, pero los caracteres se podían distinguir perfectamente. Había hechizos muy complejos, otros más sencillos; pero todos con un único objetivo, el fuego.

Los hechizos dejaron boquiabierto a Roran. Su poder, era desde hacer aparecer una pequeña llama sobre la palma de la mano, hasta hacer arder una aldea entera. Los memorizó uno tras otro, hasta que se puso a practicar. Efectivamente, los había aprendido a manejar a la perfección, y estaba preparado para usarlos en cualquier momento.

Más tarde, Oromis subió a su cuarto, y se sentó sobre su cama; una muesca de alivio surcó su cara por un breve instante, hasta que desapareció.
-Y bien- dijo Oromis- ¿Cómo vas?
-Ya lo he memorizado todo- dijo Roran orgulloso de si mismo- es más, sé utilizarlos a la perfección.
-¿Enserio?- dijo Oromis incrédulo- Si es así, demuéstramelo.

El elfo apagó la vela que iluminaba la habitación de un soplido, y señaló la mecha aún cadente para que Roran la encendiera de nuevo.

Roran pronunció el hechizo correcto, pero, no midió la intensidad como debería, y la vela se derritió completamente, desapareciendo de la mesa.
-Ya veo lo que es para ti la “perfección”- dijo Oromis divertido.

Roran enrojeció, y le volvió la cara. Entonces, Oromis cruzó el umbral de la habitación, y, sin volverse dijo.
-Roran, va siendo hora de descansar. Mañana he de entregarte una “cosa”...ya que es tu cumpleaños.

Roran asintió con la cabeza, y cuando el elfo abandonó su habitación; se desvistió y se metió en la cama, después de haber apagado la vela. El sueño le arrebató lo que le quedaba de conciencia, y durmió plácidamente durante toda la noche.