Roran despertó con la salida del sol, algo cansado por la batalla que tubo lugar la noche anterior. Se levantó sin apetito, y las piernas le empezaron a flojear. Se sentó en la cama para restablecer el equilibro, y se levantó de nuevo, con las piernas en buen estado. Bajó las escaleras en busca de su espada, ya que iba a practicar junto a Oromis. Cuando se disponía a cogerla del perchero, se percató de que no estaba. La busco por todas partes, desde la cocina, hasta su habitación, pero ni rastro de la espada.
-Da igual, no la solemos utilizar para practicar... -se dijo para si mismo.
Entonces, salió en busca de Oromis al llano de prácticas. El elfo, por lo visto, aún no había llegado, así que Roran decidió esperar.
Pasada una hora, Oromis llegó. Tenía su espada al cinto, y la de Roran entre sus huesudas manos. La depositó cuidadosamente sobre las manos de Roran, -el cual se alegraba de haber localizado su espada- y éste la sujetó al cinto.
-Siento haber tardado tanto, pero la estaba afilando y reforzando; el entrenamiento de hoy va a ser muy duro.- dijo Oromis- ¿Te parece bien que empecemos ya?.
-Como usted diga, maestro.- inquirió Roran.
Entonces, se colocaron uno enfrente del otro, a diez pasos de distancia. Ambos desenfundaron a la vez. Oromis lo hizo con la gracia y habilidad típica de un elfo, mientras que Roran, desenfundó bruscamente, aunque no con demasiada torpeza. Se colocaron en posición de lucha, y seguidamente, Oromis lanzó una fugaz estocada hacia Roran. Éste la noqueó sin ningún tipo de dificultad, y en respuesta, lanzó un tajo horizontal. Oromis esquivó el tajo de un salto, e hizo mano de su posición para lanzar un corte vertical en el aire. Esta vez, Roran tubo dificultades para bloquearlo, pero a fin de cuentas, lo bloqueó exitosa mente.
-Me ha gustado como te has defendido, ahora me emplearé más a fondo. -dijo Oromis.
Roran permaneció en silencio, centrado en la batalla, y se dispuso a atacar. Lanzó una estocada hacia Oromis; éste la evitó, y le asestó a Roran un golpe con la empuñadura de su espada en el hombro derecho. El brazo le falló, y la espada cayó al suelo. Roran la recogió; y cuando se hubo puesto en posición, Oromis atacó nuevamente. Roran volvió a bloquear, responder, bloquear, responder...cuando, de pronto, en una confusión, Roran asestó mal una estocada, y sintió como se clavaba en algo, y como "ese algo" caía inerte al suelo. Por un momento, Roran temió de que fuese Oromis, pero se tranquilizó al ver que seguía en pie mirándole fijamente a los ojos.
Oromis se hizo a un lado y se giró para ver que ocurría. Ambos lo pudieron ver; el cuerpo inerte de un orco yacía desangrado en el suelo, con un agujero en el corazón, en el mismo sitio donde accidentalmente, Roran hubo clavado su espada con aproximada anterioridad. Oromis señalo por encima del hombro de Roran.
-Mira...- dijo Oromis.
Roran se giró, y vio una horda de orcos justo detrás suya; una horda de feroces y temibles orcos, que les miraban con esas fieras miradas asesinas...
-Atento, Roran, a mi señal, di “piro”, ¿entendido?
Roran asintió, y se dispuso detrás de Oromis. Éste pronunció hechizos uno tras otro, sin parar a tomar aire; hechizos que Roran no llegaba a entender. La mirada de Roran iba del rostro de Oromis, hasta la horda inmóvil de orcos. Pasados unos cinco minutos, Oromis guardó silencio. Entonces, los orcos prepararon posiciones de combate.
-Atento...-susurró Oromis.
Cuando se hubieron preparado, todos los orcos empezaron a correr hacia el maestro y el alumno. Mientras corrían, Oromis le hizo la señal a Roran.
-¡Piro!- gritó Roran.
Entonces, el ambiente se empezó a caldear. Los orcos parecían haberse percatado de ello, puesto que aminoraron la marcha a causa del calor.
Seguidamente, todo lo localizado cerca de Oromis y Roran, estalló en llamas. Era un fuego de color negro, que hizo prender todos los árboles, hierva, objetos...e incluso enemigos. Los orcos prendieron como si les hubiesen echado aceite previamente. De aquel incendio donde se encontraban los orcos provenían gritos de agonía, llantos, e incluso maldiciones. Roran sabía, que eso no iba a ser suficiente para acabar con todos ellos, pero si para aminorar sus fuerzas y su número. De ser unos trescientos robustos ogros, a ser apenas cincuenta casi calcinados, Roran se lanzó al ataque mientras Oromis descansaba.
Iba cortando brazos, cabezas, y piernas. Todos los cuerpos emanaban roja sangre...sangre por todas partes...sangre...
Cuando al fin creía haber acabado con todos, un orco se le aproximó por detrás y le intentó cortar un brazo. El hacha que empuñaba el orco resbaló ante la barrera que Oromis había puesto sobre Roran para protegerlo del fuego, aún candente sobre algunos cuerpos. El hacha se clavó en la tierra, y mientras la intentaba sacar, Roran le asestó un tajo vertical que atravesó el yelmo del orco, cuya vida sucumbió ante la espada de Roran.
Con el último ogro abatido, sólo quedaba esperar a que los buitres y otras aves carroñeras devoraran los inertes cuerpos de aquellos horribles seres.
Roran se dirigió hacia el lugar donde se encontraba Oromis, apoyado sobre un dorsal de la casa.
-Hemos montado un buen estropicio, ¿eh?- dijo Roran, contento por su victoria.
-Sí.- respondió Oromis. -Por eso levanté barreras sobre el granero, la casa y sobre nosotros.
Ambos guardaron silencio contemplando, lo que ellos habían convertido en un inhóspito lugar, cuando Roran cayó en algo.
-¡Zafiro!- exclamó
Salió corriendo hacia el granero, abrió la puerta, y allí estaba. Tenía los morros y las zarpas delanteras llenas de sangre, y a su alrededor, yacían los restos de cinco orcos. Aún estaba terminando con el último de ellos cuando sus profundos ojos verdes se clavaron fijamente en los de Roran. Devoró con un último bocado lo que quedaba del cuerpo sin vida de aquel desdichado orco. Avanzó sigilosamente hacia Roran, el cual permanecía paralizado por el miedo, como enredado entre alambres. Acercó su ensangrentado rostro al de Roran, y a éste, los alambres se le soltaron cuando Zafiro le chupó la cara para limpiarle la sangre salpicada de aquella batalla.
-Me alegra que estás bien- dijo entre risas mientras abrazaba su escamoso y rígido cuello.
Mientras lo abrazaba, se percató de que había crecido mucho. Ya no le llegaba al pecho, sino que superaba con creces su estatura, ¡En una sola noche!; es más, había sido capaz de abatir a cinco orcos él solo.
Se dirigió hacia donde se encontraba Oromis, dormido debido al cansancio. Él también estaba cansado, por lo que volvió al granero, y se acurrucó al lado de Zafiro; el cual lo tapó con una de sus cálidas alas.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario