domingo, 18 de octubre de 2009

Capítulo 2. El regalo.

Roran despertó con la salida del sol. Bajó a la cocina para desayunar, y seguidamente después, salió al llano donde solía practicar con su maestro para tomar un poco de aire fresco. Para su sorpresa, Oromis se encontraba en el llano, justo enfrente de un enorme dragón plateado.
-Mm...de acuerdo- pudo oír decir a Oromis
Entonces, el dragón emprendió el vuelo hacia las nubes. Oromis suspiró y se dio la vuelta; entonces; se encontró a Roran justo detrás suya.
-¡Oh!¡Roran! No te esperaba aquí...hoy no toca entrenamiento, ayer fue luna llena, ¿recuerdas?
-Lo sé, pero tenía ganas de tomar el aire fresco. Maestro, ¿me permite una pregunta?
Oromis guardó silencio, por lo que Roran se tomó la libertad de preguntar.
-A que vino ese dragón...?-dijo Roran preocupado.
-Tranquilo, es un...viejo amigo, nada más, sólo venía a informarme de algo.
Roran estuvo a punto de preguntar que tipo de información, pero pensó que sería demasiado insolente por su parte, y se contuvo.
Después de un largo silencio, Oromis dijo.
-Roran, ven, acompañame, debo entregarte tu regalo.
Roran asintió con la cabeza, y le siguió. Se adentraron en el interior del bosque, cuando Roran preguntó.
-Maestro, donde vamos..?
Pero Oromis no respondió, y recorrió el camino en silencio. Entonces, llegaron a la falda de la montaña Bodr, la rodearon, y se toparon con una gran cueva taponada por una enorme piedra.
-¿Ahora qué?-preguntó Roran.
Oromis mantuvo el silencio, y susurró unas palabras en voz muy baja, por lo que Roran no pudo oír lo que decía. A continuación, la roca se hizo a un lado, sin hacer apenas ruido. Entonces, cuando la roca se hubo apartado, Oromis y Roran entraron en la cueva.
Todo aquello era hermoso. El techo de la cueva era muy alto y las paredes parecían de cristal. Había unos huecos enormes en las paredes que formaban un cuadrado imperfecto. Entre celda y celda, había unos cinco metros de separación, y en su interior había una especie de nido de ave con huevos enormes en su interior...entonces, empezó a oír un aleteo

... zum... zum... zum...

El sonido duró unos diez minutos aproximadamente, y de pronto, cesó. Una fila de bellos y enormes dragones atravesaron el umbral de la cueva, con paso firme y delicado.
Cuando todos hubieron entrado, alzaron el vuelo para posarse sobre los los nidos; pero Roran, se percató de algo. Había un nido con un solo huevo, y ningún dragón se había acercado a él. Roran, preguntó a Oromis.
-Maestro, ¿porqué ese huevo está solo?
-Verás, Roran.-respondió Oromis- Cuando el color del huevo del dragón no corresponde al de la madre, ésta abandona su nido, y a su vez, lo abandona a él. Por eso mismo te he traído aquí; ese es tu regalo, un huevo de dragón a punto de eclosionar.
-Maestro, ¿Enserio debería quedarme con el huevo? Es decir, si la madre lo reclama, ¿Qué pasará?
-Tranquilo, Roran.¿Recuerdas el dragón que viste antes? Ésa es la madre de este huevo, fue a informarme, de que el color era azul...y no plateado.
Se hizo un largo silencio mientras Roran asimilaba la respuesta, cuando al fin, Roran dijo.
-De acuerdo maestro, aceptaré el regalo encantado.
-Haces bien, pero realmente, no te iba a quedar mas remedio que aceptarlo...-dijo Oromis casi susurrando.
Oromis pronunció un hechizo, y el huevo desapareció; y a su vez, otro dragón ocupó su lugar.

Después de echar un último vistazo a la cueva, emprendieron el camino de vuelta hacia la granja. Durante el trayecto, Roran, inundó de preguntas a Oromis, el cual respondió a menos de la mitad.

Al llegar a la granja, se encontraron el huevo en medio del claro, y Roran, emocionado, se apresuró hacia él.

Oromis estuvo un tiempo examinando el huevo, para determinar cuanto tiempo necesitaría para eclosionar. Después de examinarlo durante un buen rato, Oromis dijo.
-Una semana- dijo casi dudando de ello.
Se dieron la vuelta para dirigirse hacia casa, cuando percibieron un ruido a sus espaldas. Al girarse, se percataron de la presencia de una grieta en la coraza del huevo. Oromis se apresuró rápidamente hacia el huevo.
-¡Está a punto de eclosionar!¡es imposible!- exclamó
A Roran se le pusieron los ojos como platos, y se acercó despacio y en silencio.

Una parte del cascarón se desprendió de lo que era, una perfecta forma geométrica. Un ala asomó por ese hueco; más tarde, una cola, y, final mente, el huevo se rompió entero, dejando sus escombros en torno a una bestia color azul, con todos los rasgos de un dragón en perfecto estado. Sus escamas brillaban cual zafiro, y tenían pinta de ser tan rígidas como para aguantar un tajo de la espada más afilada del mundo. No era más grande que un arbusto, y a Roran le llegaba por la cintura.

Roran quedó alucinado, y eufórico, pero a su vez, confundido. Tenía ganas de abalanzarse sobre él y abrazarle, pero, una mano sobre su hombro hizo que se contuviera.
-Felicidades- dijo Oromis esbozando una sonrisa.
Una lágrima de felicidad surcó el rostro de Roran.
-Gracias...en serio, muchas gracias, maestro.

Ambos quedaron mirándolo en silencio, sin sortar palabra, haste que, el elfo rompió el silencio.
-¿Has pensado cómo le llamarás a partir de ahora?
-Si.-respondió Roran, después, hizo una pausa -Zafiro...

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