La luna roja de sangre lucía brillante en el cielo, como un faro a media noche iluminando a los barcos dispuestos a atracar en el puerto; una luna perfecta para una nueva cacería.
El rumor de un nuevo jinete de dragón se extendió rápido por Atrona, incluso más allá de las llanuras Elíseas. Los esbirros del rey se aproximaban a gran velocidad hacia la granja de Roran sobre sus monturas, dispuestos a dejarlo todo en su lucha por conseguir al nuevo dragón, y la cabeza del nuevo jinete.
El rey, buscaba huevos de dragón para hacelos eclosionar y aumentar el poder de su ejército de desalmados rufianes; pero por alguna extraña razón, ninguno de los huevos robados lograron eclosionar, ya que su corazón era impuro, y su alma estaba corroída por las sombras; por lo que todos los dragones que poseía, habían sido arrebatados posteriormente a otros jinetes. Abandonó la búsqueda de huevos para someter a los jinetes al duro castigo de perder su dragón.
Estaban a punto de entrar en los límites de la granja, cuando de pronto, todos ardieron como antorchas. Oromis, se encontraba en el tejado de la casa manteniendo un muro protector; junto a Roran que hacía arder tanto a jinete como a montura. Los soldados del rey montaban dragones, cuyas almas habían sido corroídas por las sombras del imperio real
-Gumno piro!-Gritaba Roran sin cesar.
Como sus fuentes de poder eran casi infinitas, no se presentó como problema la falta de energía, pero si la falta de sueño. Era media noche, y necesitaba dormir. Zafiro-su dragón-, dormía plácidamente ajeno a toda aquella batalla, librada para protegerlo.
Oromis mantenía la barrera, y Roran continuaba atacando,; pero, cegado por la furia, lanzó mal un hechizo, el cual acabó alcanzando la pierna derecha del elfo. Oromis lanzó una maldición al aire, y acuchilló a Roran con la mirada.
-¡Lo siento maestro!- dijo Roran.
-Tranquilo, me olía venir ese fallo, y alcé barreras a mi alrededor; aunque no debería de haberme quemado lo más mínimo...-dijo casi susurrando.
Después de un tiempo, los cien jinetes cayeron por los hechizos de Roran, y los doscientos soldados rasos, cayeron gracias a los terremotos que provocaba el elfo; y claro está, que nadie logró sobrepasar su barrera.
Los cuerpos calcinados y desmembrados desprendían un fétido olor a carne podrida y chamuscada.
-¡Abrom du ert!- exclamó Oromis.
Seguidamente, todos los cuerpos inertes fueron introducidos bajo tierra, mientras sus atormentadas almas se alzaban al viento, para poder descansar en paz.
Mientras Oromis revisaba el terreno mediante un hechizo de observación, Roran se apresuró al granero, donde descansaba Zafiro.
-¡Uf!- exclamó Roran- Me alegra ver que estás a salvo- sonrió.
Se quedó examinando a Zafiro, y se percató de algo. El dragón, cuyo tamaño no superaba el de sus rodillas, ahora le llegaba al pecho, y las alas ya eran casi tan grandes como su estatura entera. Después de observarlo durante un tiempo más, cerró la puerta del granero, y se dirigió hacia Oromis.
-¿Y bien...?- preguntó algo exhausto por la batalla.
Oromis guardó silencio, durante un rato, cuando, esbozando una sonrisa, contestó:
-Hemos acabado con la gran mayoría, y los que han quedado con vida, han huido despavoridos.- Hizo una ligera pausa.-¿Ves Roran? De no ser por el hechizo de prevención que lancé, esta batalla, la podríamos haber dado por perdida; puesto que nos hubiesen pillado por sorpresa. Este es el tipo de peligros al que te enfrentas siendo un jinete...y debes aceptarlo, ¿de acuerdo?; bien, ahora descansa, mañana practicaremos con la espada.
Roran hizo caso a su maestro; se dirigió al granero para darle las buenas noches a Zafiro, y se dirigió hacia su cuarto. Cuando subía las escaleras, tropezó y se dio de bruces contra el suelo, lanzó una maldición, se levantó, y volvió a emprender el camino escaleras arriba. Cuando hubo entrado en su habitación, miró por la ventana.
-La luna ha recobrado su color natural..- Se dijo para si mismo sonriendo.
Deshizo la cama, se acomodó; y abatido por el cansancio, cayó dormido.
lunes, 19 de octubre de 2009
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