sábado, 17 de octubre de 2009

Capítulo 1. El bosque.

La luna llena en su pleno esplendor marcaba la caída de la noche sobre Atrona, cuya luz iluminaba todo el reino. El bosque se sumía en un profundo mar de llamas las cuales estaban por alcanzar a Roran.
Roran tenía 15 años, era un aprendiz de mago. No era demasiado hábil con la magia, por lo que, gran parte de los conjuros que sabía, no eran de gran eficacia; sin embargo, poseía una fuente casi inagotable de poder.
En la carrera para salvar su vida , Roran, pronunció un hechizo para repeler aquellas infernales llamas. Pero, aun así, el fuego logró superar sus defensas, y se quemó gran parte de los hombros y las dos pantorrillas. Cuando aquella ráfaga cesó, se tomó un respiro para descansar detrás de un roble -el cual serviría de escudo en el posible caso de que volviese a reproducirse aquel espantoso infierno- , para curar sus zonas quemadas.
-¡Heisan Hel!- Gritó.
Entonces, los tejidos quemados comenzaron a sanar de nuevo. Cuando hubo terminado con las quemaduras, siguió corriendo, pero, de pronto, se paró en seco.
Una hermosa melodía tocada con una flauta dulce comenzó a sonar desde las profundidades del brumoso bosque, seguido de una canción:
Tu corazón se quiebra con el paso del tiempo,
El tiempo ya ha pasado para tu corazón,
Húndete en tu agonía,
Y disfruta de tu dolor,
Pues será lo último que sientas
Hasta el fin de tu miserable vida...
Entonces, un estrepitoso grito de agonía ensordeció a Roran, el cual aprovechó para salir corriendo hacia la granja.
Una vez allí, Roran, entró en casa junto a Oromis, su maestro. Los padres de Roran murieron cuando él era tan sólo un bebé. La única herencia que recibida, fue una espada que, en sus tiempos, perteneció a su padre. Era una espada de unos 150 centímetros; la hoja era de plata, y tenía unas runas grabadas en oro, que decían, “En tu sepulcro encontrarás la paz, pero en tu vida, encontrarás la felicidad”, un mensaje profundo, según pensaba Oromis.
En cuanto a Oromis, se trata del maestro de Roran. Le acogió y crió como a su propio hijo. Le instruía en el arte de la magia, la espada, y la literatura. El era un elfo, por lo que podría tener mas de 200 años, aunque nunca reveló su edad con exactitud.
Se sorprendió de ver a Roran de vuelta, puesto que no pensaba volver hasta media noche. Al ver el rostro ensangrentado y preocupado del muchacho, Oromis pudo adivinar, aunque no con mucha exactitud, lo que había sucedido allá en el bosque.

Acompañó a Roran hasta la cocina, donde le preparó una jarra de hidromiel y cortó un poco de queso que quedaba de la última visita a la aldea. Cuando Roran repuso energías, Oromis le pidió que se mantuviese quieto en la silla, mientras él examinaba las heridas. A simple vista no parecía nada grave; cortes superficiales, heridas infectadas...pero Oromis se percató de algo. El brazo izquierdo del muchacho tenía un corte profundo, lo suficiente como para amputarlo, pero no tanto como para perder la movilidad.
-Esto es preocupante...- Dijo Oromis- debo sanarlo rápido.

Pronunció una serie de hechizos, y el brazo quedó como nuevo, aunque, él, quedo exhausto.
-¿Se encuentra bien, maestro?- dijo Roran preocupado.
-No es nada...tan sólo me hago viejo, Roran, nada más...- hizo una pausa para tomar aire- tengo que dormir un poco, tu mientras échale un vistazo al pergamino que he dejado sobre la mesa de tu cuarto; contiene una serie de hechizos que debes memorizar. Son muy útiles, y creo que te gustarán.
Roran abandonó la cocina y se dirigió hacia su cuarto. Una vez hubo entrado, se dirigió hacia su escritorio donde estaba el pergamino que mencionó Oromis; se sentó en la silla, y lo desenrolló. El pergamino estaba viejo y mugriento, pero los caracteres se podían distinguir perfectamente. Había hechizos muy complejos, otros más sencillos; pero todos con un único objetivo, el fuego.

Los hechizos dejaron boquiabierto a Roran. Su poder, era desde hacer aparecer una pequeña llama sobre la palma de la mano, hasta hacer arder una aldea entera. Los memorizó uno tras otro, hasta que se puso a practicar. Efectivamente, los había aprendido a manejar a la perfección, y estaba preparado para usarlos en cualquier momento.

Más tarde, Oromis subió a su cuarto, y se sentó sobre su cama; una muesca de alivio surcó su cara por un breve instante, hasta que desapareció.
-Y bien- dijo Oromis- ¿Cómo vas?
-Ya lo he memorizado todo- dijo Roran orgulloso de si mismo- es más, sé utilizarlos a la perfección.
-¿Enserio?- dijo Oromis incrédulo- Si es así, demuéstramelo.

El elfo apagó la vela que iluminaba la habitación de un soplido, y señaló la mecha aún cadente para que Roran la encendiera de nuevo.

Roran pronunció el hechizo correcto, pero, no midió la intensidad como debería, y la vela se derritió completamente, desapareciendo de la mesa.
-Ya veo lo que es para ti la “perfección”- dijo Oromis divertido.

Roran enrojeció, y le volvió la cara. Entonces, Oromis cruzó el umbral de la habitación, y, sin volverse dijo.
-Roran, va siendo hora de descansar. Mañana he de entregarte una “cosa”...ya que es tu cumpleaños.

Roran asintió con la cabeza, y cuando el elfo abandonó su habitación; se desvistió y se metió en la cama, después de haber apagado la vela. El sueño le arrebató lo que le quedaba de conciencia, y durmió plácidamente durante toda la noche.

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